Un año más, la guía telefónica
Un año más, aquí está: la guía telefónica en la puerta de casa. Hace ya más de tres años que tengo esta casa: ni una sola vez hemos llegado a consultar la guía telefónica, ni siquiera a extraerla de su envoltorio plástico, y no recuerdo haberlo hecho tampoco en ningún otro sitio: la guía telefónica es un anacronismo total, una imagen del pasado, una operación editorial de enorme magnitud, un gasto descomunal en papel, y un desarrollo logístico de coste inimaginable para servir a un propósito que en un porcentaje cada vez más elevado de hogares carece completamente de justificación.
Las funciones de la guía impresa se han desplazado completamente a la red: cuando necesito un producto o servicio, me voy a la red y lo busco. La red me ofrece todo tipo de información, infinitamente más rica, más fácil de consultar, de manejo más agradable, e incluyendo en muchas ocasiones información no solo sobre lo que la empresa dice de sí misma, sino también lo que dicen de ella terceros que han utilizado sus productos o servicios.
En mi caso, la guía de teléfonos hace años que perdió su cuota de espacio mental: por alguna razón la mantengo en el armario de la entrada, ahí, sin siquiera desenvolverla, pero ni se me ocurre pensar en ella cuando necesito información. En mi caso, pocas cosas se me ocurren más patentemente ineficientes.
Por supuesto, hay usuarios que permanecen completamente al margen de la red: pero ¿echarían mucho de menos la guía telefónica si dejásemos de repartírsela? ¿No podrían repartirse únicamente a aquellos que la solicitasen? No quiero ni imaginarme las magnitudes implicadas en el despliegue: el número de ejemplares de guías telefónicas que se reparten todos los años en España, el gasto en operarios y furgonetas, o el peso de las guías repartidas en toneladas de papel. El sistema se miente a sí mismo: reparte guías a millones de usuarios que no las usan, para poder justificar el importe que cobra a unos anunciantes que pagan por esa falsa cuota de presencia, por ese listado con una eficiencia imposible de medir. Me parece muy difícil que algo así, repartir a domicilio toneladas de papel con un nivel de uso ínfimo, se pueda justificar económicamente. Y sin embargo, estoy seguro de que seguiré encontrándome la guía telefónica en la puerta de mi casa todavía unos cuántos años más.
Saludos,
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