Errores y horrores
- Algún día -es cuestión de tiempo- alguien oprimirá el botón que no es; y chau que te vaya bien. Al final, no quedará más remedio que llorar, si es que queda alguien. Y, ¿qué van a decir? ¿Mala mía?
Por Daniel R. Altschuler
Todos cometemos errores. "Errare humanum est" le decía yo a mi viejo cuando metía las patas, repitiendo un dicho en latín aprendido en la escuela, "mala mía" le decía. La mayoría de nuestros errores, como el que cometemos al entrar en el baño del sexo opuesto, son incómodos pero inofensivos, afectan a unos pocos y hay formas de rectificarlos. En general, la vida es una comedia de errores y al final no queda más remedio que reír.
Pero hay casos que no son tan triviales y nos llevan por un sendero de horror o a la tumba, sin saber verdaderamente que pasó. Algún día -es cuestión de tiempo- alguien oprimirá el botón que no es; y chau que te vaya bien. Al final, no quedará más remedio que llorar, si es que queda alguien. Y, ¿qué van a decir? ¿Mala mía? Hay errores que son consecuencia de malas decisiones, tomadas por ignorancia o con arrogancia. Otros son inherentes a los sistemas complejos y su interacción con los humanos, lo cual conduce irremediablemente a accidentes.
Por más que diseñemos nuestros sistemas para minimizar errores, el error no se puede evitar por completo por la sencilla razón de que somos falibles y casi ningún sistema es perfecto. Nuestra falibilidad, combinada con tecnologías peligrosas, es un desastre esperando por ocurrir. Algunas de estas tecnologías peligrosas fueron expresamente diseñadas para causar daño, un mal innecesario. Las armas de destrucción masiva, aquellas que Irak no tenía (armas nucleares, armas químicas, armas bacteriológicas) pertenecen a este tipo de tecnología. Son un error y un horror. Lo mejor sería eliminarlas de la faz de la tierra, que vinieran los extraterrestres de los Planetas Unidos (UP por sus siglas en inglés) a una inspección, y si no limpiamos la casa nos limpian. Otras tecnologías no fueron diseñadas para causar daño y algunas se pueden considerar un mal necesario. Así lo son las plantas de generación de energía nuclear que producen desperdicios radiactivos difíciles de almacenar con seguridad y muchas industrias que utilizan materiales peligrosos. No las podemos eliminar, pero necesitamos una nueva visión con una contabilidad que incluya, al momento de establecerlas, el costo ecológico y social de su uso, una honesta exposición de los riesgos y las garantías en caso de daño, todo bajo control ciudadano.
En la noche del 2 de diciembre de 1984, un accidente en la planta de producción de pesticidas de la Union Carbide diseminó treinta toneladas de isocianato de metilo y cianuro de hidrógeno (ya sus nombres dan miedo) sobre la población de Bhopal en la India. Más de medio millón de personas fueron expuestas a este coctel de gases que les quemó los tejidos de ojos y pulmones, resultando en la muerte inmediata de unos diez mil.
Como es común en estos casos, Union Carbide (ahora una subsidiaria de Dow Chemical, la del infame agente naranja) niega los alegatos de inspecciones laxas, de economías en sistemas de seguridad y del uso de tecnologías peligrosas sin el entrenamiento adecuado del personal. Han pasado veinte años y el legado tóxico continúa. Decenas de miles quedaron incapacitados y treinta personas al año mueren prematuramente como consecuencia del accidente. Al final, como también es común en estos casos, los que pagan los platos rotos son las víctimas, en su gran mayoría gente pobre que no tiene los recursos para que se haga justicia, mientras la corporación responsable se canta inocente. Seguirán ocurriendo estos accidentes porque "errare humanum est" y somos humanos.
El uso de compuestos tóxicos por algunas industrias es desconocido por los ciudadanos. No es suficiente enterrar, almacenar o depositar estos desperdicios en vertederos. Tarde o temprano un nene va a tomar agua que le hará un agujero en el estómago. Es posible convertirlos en sustancias menos peligrosas pero es costoso, aunque más costoso es seguir con las malas costumbres del presente. Usted no sabe si se fabrica cerca de su casa, o viento arriba de su pueblo, es una de éstas. Lo mínimo que uno desearía es estar bien informado, pero vaya a preguntar a ver qué le cuentan.
Muchos nos preocupamos por la posibilidad de que un desquiciado utilice un arma nuclear clandestina. Y por buenas razones, ya que parece que el número de desquiciados aumenta. Esta preocupación refleja el hecho de que los controles de acceso a estos armamentos o materiales peligrosos (uranio y plutonio) no brindan una seguridad inquebrantable. El inventario de materiales nucleares que se mantiene en los EE.UU. por la Nuclear Regulatory Comission (NRC) tiene una categoría que solía llamarse "material unaccounted for" (MUF) para indicar discrepancias entre el inventario físico y el de los libros. En el presente se le cambió el nombre a "inventory difference" (ID), que suena mejor pero es lo mismo. Hay material peligroso cuyo paradero se desconoce. La cantidad total de plutonio en EE.UU. y la antigua Unión Soviética se estima en más de 200 toneladas métricas. Se estima que hay sobre 1,500 kg de plutonio cuyo paradero se desconoce, suficiente para fabricar unas cuantas bombas. Pero el peligro no es solamente bombas.
Los reactores nucleares producen 20,000 kg de plutonio al año. El plutonio es una de las sustancias más tóxicas que se conoce y su radiactividad se mantiene por miles de años. Emite partículas de alta energía capaces de destruir las moléculas que componen los tejidos del cuerpo animal. Si una población ingiere doscientos miligramos de plutonio por persona, el cual se deposita con preferencia en órganos vitales como el pulmón, el hígado y la médula ósea, la mitad morirá en treinta días. Una dosis inhalada de solamente un microgramo, una millonésima de gramo, una partícula invisible, producirá cáncer letal en unos diez años. Es decir, que bastaría repartir uniformemente seis kilogramos para provocar cáncer en cada habitante de la Tierra. El problema de almacenar miles de kg de plutonio de forma segura por miles de años es difícil, un regalito que le dejamos al futuro.
La lista de accidentes que incluyen armas nucleares en EE.UU. es larga aunque por razones obvias es incompleta. Pero incluye decenas de accidentes con artefactos nucleares que en ocasiones han causado contaminación. El 24 de enero de 1961 un bombardero B52 con dos bombas nucleares mil veces más poderosas que las que aniquilaron a Hiroshima y Nagasaki en 1945 se estrelló en las cercanías de Goldsboro, Carolina del Norte. Los investigadores descubrieron que cinco de seis dispositivos de seguridad se habían activado para explotar una de las bombas. Un último dispositivo de seguridad evitó el horror.
A la 1:23 de la madrugada del 26 de abril de 1986, la reacción en cadena del reactor número cuatro de la planta nuclear RDMK-1000 de Chernobyl comenzó a descontrolarse por un error de operación. Los técnicos de la planta emprendieron el proceso de emergencia, que duraría veinte segundos, para apagar el reactor. Fue demasiado tarde. A los siete segundos el reactor explotó, haciendo volar su pesado contenedor de acero y concreto. Una extensa nube de material radiactivo se introdujo en la atmósfera y fue dispersada por los vientos a grandes distancias. Al día siguiente los 30,000 habitantes del pueblo más cercano, Pryp'yat, comenzaron a ser evacuados, pero cientos de miles de ciudadanos se quedaron en las áreas contaminadas en el noroeste de Ucrania.
Treinta personas murieron inmediatamente, algunos miles han muerto desde entonces y muchos más morirán como consecuencia de la alta dosis de radiación que recibieron. En áreas cercanas la tasa de nacimientos con deformaciones se duplicó luego del accidente y la tasa de cáncer de la tiroides, causado por yodo radiactivo, aumentó por un factor diez entre el millón y medio de personas que habitan las áreas afectadas. Pasarán más de mil años antes de que esta contaminación sea eliminada naturalmente.
El 28 de abril de 1986, el entonces presidente de la Unión Soviética, Mikhail Gorbachov, convocó a una conferencia de prensa para admitir públicamente el accidente. Yo me encontraba en Alemania y por un mes se prohibió jugar al fútbol por miedo a que se contaminaran las pelotas, entre otras cosas.
Pero la madre de todos los errores consiste en pensar que nuestros problemas se puedan resolver con violencia: ametralladoras, tanques, agentes tóxicos o bacteriológicos, bombas termonucleares y bombas inteligentes. ¡Que horror!
Estoy seguro de que en una verdadera democracia global los habitantes del planeta votarían abrumadoramente por eliminar las armas de destrucción masiva (quizá todas las armas) y por controlar estrictamente las tecnologías peligrosas. Pero no hay tal democracia y en muchas ocasiones las tecnologías más peligrosas se establecen en lugares en los cuales la pobreza y la ignorancia causan que el público y los gobiernos locales acepten su presencia y los riesgos, si es que los conocen. Esto sería inaceptable en los países desarrollados, a donde generalmente fluyen los beneficios de estas empresas. Todo ciudadano debe preocuparse por este estado de las cosas, y si no es por un sentido de justicia social, al menos que sea por el instinto de supervivencia. No vaya a ser que en un futuro no tan lejano usted se desayune con un cereal sazonado con algún compuesto tóxico. No vaya a ser que, al igual que lo hace el polvo del Sahara, elementos radiactivos de algún otro Chernobyl, traídos por el viento, se depositen sobre su vehículo, o peor aun, sobre su piel. No vaya a ser que en el incendio de una fábrica, que usted pensaba producía medicinas, se emitan gases tóxicos que le destruyan los pulmones.
El dicho de mi infancia continuaba: "perseverare diabolicum".
Daniel R. Atschuler es autor de 'Hijos de las estrellas'.
Saludos
rodrigo gonzalez fernandez
consultajuridicachile.blogspot.com
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Santiago Chile
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